Desde que la idea de fundar un museo de arte contemporáneo en Vilafamés cuajara, a finales de los años sesenta, han transcurrido treinta años. Tres décadas ya, desde la gestación de una idea personal arropada por el entusiasmo colectivo y, también, de una particular colección que con el paso de los años ha ido creciendo hasta la actualidad. De tal manera que hoy supone una interesante muestra del arte del siglo XX, tanto valenciano como nacional e, incluso, con la presencia de destacadas firmas internacionales que en su momento supieron apoyar y estar presentes, formar parte y contribuir en esta peculiar museografía de vocación popular. Agrupadas por salas en los cuatro espacios en que se articula el Palau del Batle, un magnífico edicifio originario del siglo XV y habilitado para la exhibición, la colección del Museo de Vilafamés está formada en la actualidad por 595 obras de 438 artistas diferentes que, en la época de creación, a lo largo de los años y todavía en la actualidad, las donaron o depositaron temporal o indefinidamente mediante un sistema que permite la dinamización de los fondos, su renovación y actualización e, incluso, plantea la posibilidad de venta de ciertas obras a cualquiera de sus visitantes. Así, se considera prioritaria la voluntad de los artistas invitados en la construcción de la colección y del museo, resultando decisiva la ordenación de sus obras en las salas, renovadas cada cierto tiempo dada la imposibilidad de exhibir la totalidad de sus fondos.
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Aunque la colección del Museo de Vilafamés se centra en los años de su creación y posterior desarrollo, podemos encontrar sugestivas obras de artistas decisivos fechadas con anterioridad. En este sentido y rastreando hacia atrás, las primeras referencias nos llevan a los años veinte y al momento anterior a la guerra civil, con los ecos del modernismo valenciano, el art déco y las influencias de las primeras propuestas de vanguardia. De este periodo cabe destacar la presencia de Josep Renau junto a la pintura de Borrás Casanova y las esculturas de Tonico Ballester y Ricardo Boix.
Con el advenimiento de la Guerra Civil española en 1936 y, a su fin, de la Segunda Guerra Mundial, el mundo entero se conmociona, también el mundo del arte. No sucederán tan sólo exilios y salidas de artistas, censuras y silencios a la fuerza, sino que, además, aparecen el compromiso sociopolítico y el retrato de la barbarie, de los personajes, de las situaciones vividas. La guerra y la situación posterior dan al traste con las posibles vías de entrada de la necesaria información y cierran las puertas al exterior entreabiertas por la República. La relevancia en este contexto de la figura de Alberto (Alberto Sánchez), tanto artística como ideológicamente, se encuentra representada por una escultura acompañada por las pinturas y dibujos de Josep Renau, Manuela Ballester, Abad Miró y Ricardo Bastid Peris entre los artistas comprometidos.
En París estaban Henri Goetz o Joan Miró, quien donó una litografía dedicada en apoyo y agradecimiento a la iniciativa de Aguilera Cerni; además, en lo que respecta a artistas vinculados al círculo de la denominada Escuela de París, se encuentran en la colección obras de Alfred Manessier, Ismael de la Serna, Jacinto Salvadó o Manuel Ángeles Ortiz, que resumen los vínculos con las vanguardias históricas que irradian en esas fechas desde la ciudad del Sena a todo el mundo.
De este momento de la historia pero en otro sentido (el de la posguerra y los años cuarenta), encontramos obra de pintores como Pedro de Valencia y de escultores como Rafael Pérez Contel y Alfredo Just Gimeno, éste con una obra realizada en su exilio definitivo en México.
La renovación plástica en los cincuenta viene de la mano del informalismo gestado en los últimos años de la década anterior. En su vertiente internacional, el informalismo se encuentra representado por importantes obras de Georges Mathieu y Emilio Vedova que ejemplifican la gestualidad expresiva y materialmente pictórica surgida tras el paréntesis de la Segunda Guerra Mundial a ambos lados del Atlántico.
En cuanto al panorama nacional, la superación de la situación de posguerra incorpora nuevos nombres y nuevas poéticas cada vez más relacionadas con el panorama europeo; en este sentido encontramos las pinturas del que fuera miembro fundador del grupo Dau al Set, Modest Cuixart, junto a un expléndido grabado de Lucio Muñoz y una rotunda escultura de Martín Chirino, en un claro diálogo con lo anterior.
También en Valencia, los cincuenta significan la conexión más directa con lo que suponen las tendencias internacionales del arte a raíz de cierto expresionismo que se resume en las aportaciones del "Grupo Parpalló", alguno de cuyos integrantes están presentes en la colección. Así, la pintura de Manolo Gil nos devuelve a las primeras conclusiones de una interesante investigación que le llevará del expresionismo figurativo a una radical abstracción; una investigación truncada por la pronta muerte del artista. Las figuras de Jacinta Gil Roncalés, el expresionismo matérico y oscuro de Juan de Ribera Berenguer, las abstracciones de Vicente Castellano y de Custodio Marco, y las "integraciones" de Salvador Soria, la mayoría de ellos representados con obra posterior, pero que tiene su origen en estos momentos.
En esta línea de la renovación plástica podemos encontrar, en relación al paisajismo, una mirada diferente tanto a la naturaleza como a lo urbano y construída a medio camino entre la figuración y las propuestas expresionistas, en las pinturas del castellonense Juan Bautista Porcar o en las de Genaro Lahuerta, Francisco Lozano, Luis Arcas Brauner, Vaquero Palacios, Francisco Sebastián y Progreso, además del paisaje de Vilafamés de la pintora valenciana Milagro Bayarri.
Dentro de lo que serían las poéticas independientes destaca la pintura y la escultura de Ripollés, así como las idiosincráticas obras de Luis Fajardo, Alegre Cremades, Agustín de Celis, Francisco Farreras, Fillol Roig, Guglielmo Lusignoli, Francesc Messa…
Tras el informalismo, los años sesenta suponen para el arte la introducción y el desarrollo de otras tendencias que abren vías hacia la abstracción, o bien buscan la objetividad y la norma racional geométrica, en torno a movimientos que, detrás de sus diferentes etiquetas: op art, arte cinético, arte normativo..., se encuentran dignamente representados en varias salas del museo: justamente con las obras de Julio Le Parc, Luc Peire o Hsiao Chin, y —ya en el panorama nacional— con el móvil de Eusebio Sempere y las serigrafías realizadas por ordenador, del propio Sempere y de Abel Martín, junto a la pintura de conseguido efecto "moiré" de Elena Asíns.
Entre las diferentes aportaciones de los artistas valencianos de este momento a la colección se encuentran las obras geometrizantes de José María Yturralde, Joaquín Michavila y Soledad Sevilla, integrantes del grupo "Antes del Arte", junto a las de Jordi Pericot, Salvador Victoria, Caruncho o Mario Candela.
Desde un prisma diferente, otra pintura de Joaquín Michavila, así como los cuadros de Manuel Hernández Mompó y Jordi Teixidor constituyen una pintura más intimista, no tan racional, en una estrecha conexión con el espíritu de la abstracción lírica.
En lo que respecta a la escultura de este momento, deben citarse las obras de Ricardo Ugarte y Lorenzo Frechilla junto a las de valencianos como Amadeo Gabino (con sus tótems y columnas metálicos), o Ramón de Soto (también presente en "Antes del Arte"), con sus estilizadas estructuras filiformes; a las que hay que sumar las de Diesco, Nicolini, José Luis Sánchez, Marcel Martí, Feliciano, Eduardo Sanz y Francisco Sobrino.
Al mismo tiempo, la evolución de la historia del arte internacional deja entrever a lo largo de esta década de los sesenta la continuidad de la poética informalista y expresionista en una clara tendencia que se articula, incluso, hasta los años setenta. Su representación en la colección del Museo de Vilafamés se articula a través de las obras de artistas extranjeros, tales como Gérard Schneider, Jean Miotte, Bengt Lindström, Ladislas Kijno, Olivier Debré, Michel Cadoret, Guayasamín… o de españoles como Manuel Viola, José Ortega, Antonio Clavé, Pelayo, Xavier Oriach, Barjola y José Vento.
También es posible encontrar en el museo una sala dedicada a la presencia del ingenuismo con la obra de María Dolores Casanova y de la pintura naïf representada por las obras de Borrás Ausías, Oscar Borrás y Nanín.
Ya en los años setenta, las propias particularidades del momento —y no sólo en lo que respecta a la España que vivía los últimos años del franquismo y la transición a la democracia, sino que, también, al resto de una Europa puesta en pie en mayo de 1968—, permiten que afloren tendencias que, derivadas del pop inglés y americano, surgidos en la década anterior, convergen en las diversas propuestas de compromiso social que evidencian, además, la vuelta a la figuración y al realismo. Así, dado el carácter popular, didáctico y progresista del Museo, fueron muchos los artistas que participaron donando y depositando sus obras, por lo que no es de extrañar que el grueso de la colección del Museo de Vilafamés se localice en los años siguientes a su fundación, en 1970. Los "Aislamientos" de Anzo pueden servir como gozne entre las aplicaciones tecnicistas de los nuevos medios, la racionalidad geometrizante y las reflexiones comprometidas socialmente que marcarán gran parte de la producción artística de la siguiente década. Y, con ellos, las propuestas más relevantes en el panorama valenciano las encontramos en las aportaciones, surgidas al calor de las consideraciones de Aguilera Cerni sobre la "Crónica de la Realidad", tanto en la pintura del Equipo Crónica (compuesto por Rafael Solbes y Manolo Valdés) como en la del Equipo Realidad (formado por Jordi Ballester y Joan Cardells), junto a las multitudes manifestantes de Juan Genovés, la propuestas de Manolo Boix, Artur Heras y Rafael Armengol, el citado Anzo o la pintura de Antoni Miró, todos ellos influenciados por el pop y el realismo crítico. Y bajo la misma influencia estarán, tanto la exhuberancia de explícitas concomitancias eróticas de Andrés Cillero, como las geométricas siluetas de aire metafísico de Luis Prades o los personajes creados por la imaginación de un artista tan singular como Eduardo Úrculo.
En otro sentido se encuentran recogidas algunas poéticas personales realistas como son la relajada visión urbana de Amalia Avia, relacionada directamente con la escuela realista madrileña; la delicada pintura —entre simbolista e ingenuista— de Isabel Villar, o el hiperrealismo de Traver Calzada, en diálogo con la tradición pictórica española y la mirada fotográfica derivada del pop americano; así como el realismo intimista de Javier Lorenzo o la apuesta hiperrealista servida por los pintores castellonenses Manuel Vivó y Claudia de Vilafamés.
No podían quedar excluídos de esta colección las respectivas obras de los fundadores del "Grup d’Elx": Joan Castejón, Sixto Marco y Albert Agulló; junto a la obra cerámica de Arcadio Blasco, la pictórica de José Quero y la escultórica de Nassio Bayarri tan insuflada de ínfulas cosmoístas. Y, con ellos, las pinturas de Agustín de Celis, Sánchez Arcenegui, Traver Griñó, Tasio Flors, Molina Ciges…
En este momento histórico en que nos hallamos, se sitúa el altar instalado por Alfredo Alcaín en uno de los rincones del museo, reuniendo las influencias del pop con el instalacionismo y las propuestas conceptuales que están recogidas también por la obra de Bartolomé Ferrando, más directamente relacionada con la poesía visual y el "performance art".
Por otra parte, siguen presentes en esta década las poéticas informalistas, geométricas y optico-cinéticas representadas a través de diversos enfoques de lo tridimensional: Teresa Eguíbar, Sacramento, Albert Féraud, Elvira Alfageme, Gabriel Cantalapiedra, José Luis Alexanco o Néstor Basterrechea; y de la pintura de Juan Hernández Pijuán, Juana Francés o Javier Calvo, entre otros.
Con una década de historia a sus espaldas, desde su creación en 1970, el Museo de Vilafamés adquiere una relevancia añadida a su momento fundacional por el impulso que recibe en los años ochenta, tanto por parte del mundo artístico en la particular fórmula de construcción de sus fondos, como de las nuevas instituciones democráticas en la habilitación y acondicionamiento del edificio. En este gozne de arte de los años setenta, abiertamente lanzado a la búsqueda de una nueva imagen, los grabados de José Azorín se alían con las incursiones pictóricas de artistas tan difíciles de encasillar como Beatriz Guttmann, Pilar Dolz, Wenceslao Rambla, Rosa Torres, Ana García Pan, Luis Badosa, Ángela García, Mariano Maestro, Cristina Navarro, Isabel Oliver, Eva Lootz, Aurora Valero, Carmen Grau o Fuencisla Francés.
Por otro lado, la diversificación que supone la década de los ochenta en cuanto al panorama artístico, con sus ingredientes de internacionalización de las propuestas, axiología mercadológica y el aura desprendida de los nuevos museos, tendrá su plasmación en una interesante recuperación de la figuración, con el trasfondo influyente de la transvanguardia italiana y el nuevo expresionismo alemán. Luis Gordillo, con una pintura que bebe del informalismo y el pop para consolidar a mediados de los setenta una poética personal y el reconocimiento nacional e internacional de su trayectoria plástica, será de algún modo el mentor de las nuevas generaciones artísticas, difícilmente etiquetables en un movimiento delimitado sino, al contrario, híbridas y heterogéneas. Así, después de la disolución de los Crónica, Manolo Valdés continua su trayectoria en solitario, como también lo harán nuevos pintores. Algunos de ellos con poéticas próximas a una revisitación del informalismo y la gestualidad expresionista abstracta, como son los casos de José Sanleón, Rafael Calduch, Uiso Alemany, Miguel Angel Ríos, María Chana, Dionisio Gázquez, Rey Fueyo, Vicente Rodes… Otros insertos en la pluralidad de manifestaciones de la nueva figuración ofertarán otras propuestas dirigidas a nuestra contemplación: son los José Morea, Horacio Silva, Manuel Sáez, María Montes, Enric Alfons, Willy Ramos, Giménez de Haro, Martín Caballero, Amat Bellés…
En el campo de la escultura valenciana del decenio de los ochenta, los principales artistas están representados en la colección del Museo de Vilafamés: Miquel Navarro, Ángeles Marco, Sebastià Miralles, Amparo Carbonell, Vicente Ortí, Julián Abril, Emilio Martínez, Natividad Navalón, Pepe Romero, Jesús Castelló, Adriano Carrillo…
Asímismo, la revalorización del trabajo de la cerámica en la dinámica y las formas del arte contemporáneo están también presentes en los fondos de este museo a través de piezas de Angelina Alós, Arcadi Blasco, Enric Mestre, Elisenda Sala, Manuel Safont, Marisa Herrón, Mercedes Sebastián, Dionisio Vacas y Cristina Cabrelles.
De igual importancia son los tapices de Grau Garriga, Aurelia Muñoz, Royo, Raventós y Chiua Román, recogidos como muestra del empleo de técnicas artesanales puestas al servicio de una concepción renovadora del arte del textil.
El crecimiento del museo a lo largo de los últimos años, en los noventa, ha estado condicionado a su puesta al día en tanto al espacio exhibitivo como a las obras y tendencias más contemporáneas. Todavía cuando aún las referencias a las propuestas actuales no está del todo inscritas, se muestra en este último bloque la diversidad con la que se ha caracterizado al arte posmoderno, tan íntimamente ligado al subjetivismo y las zigzaguentes estrategias de apropiación. Entre los artistas que ilustran la última década del siglo XX, en el Museo de Vilafamés cuentan el desaparecido grupo Alcalá-Canales (José Ramón Alcalá Mellado y Fernando Ñíguez Canales) en el campo del copy-art y la electrografía; la aportación de Víctor Bastida & Teresa Marín, el personalísimo realismo de Francisco Sebastián Nicolau, la distorsión figurativa surrealizante de Jesús Alonso, el paisaje ficticio de José Luis Albelda, las geometrías de Javier Chapa, la particularidad de Joël Mestre, los trabajos de retoque pictórico en fotografías del paisaje de Javier Garcerá, la pintura abstractizante de Cristina Alabau y de Rafael Hernández, y los particulares mundos de Theo, Mª José Marco y Antoni Debón, entre otros, sin olvidar la propuesta neo-pop del Equipo Límite.
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Y hasta aquí este –obligadamente incompleto- recorrido por la colección del Museo de Vilafamés; un museo que cumple ahora treinta años, con la voluntad de seguir contribuyendo a una personalísima representación "didáctica" del arte del siglo XX.
ENLACE;
http://www.museudartcontemporanidevilafames.es/INICIO.htm
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